“Lo que más me impresionó fue el silencio, un silencio absoluto, abrumador. Sentía cómo me latía el corazón, mi respiración forzada y, desde muy lejos, una voz que decía: ‘¿Atención, la primera persona ha salido al espacio abierto!’”. Alexei Leonov, de 73 años, recuerda con todo detalle la mañana del 18 de marzo de 1965, cuando, a bordo de la nave rusa ‘Voshtok 2′, marcó un hito en la historia al convertirse en el primer cosmonauta en dar un paseo espacial, en plena ‘guerra fría’.
Leonov fue elegido entre veinte cosmonautas para la arriesgada misión. “No puedo darte ninguna instrucción porque es la primera vez que se hace esto. Sólo te pido que no tengas prisa y que nos tengas bien informados. Que el viento solar te sople de espalda”, fueron las palabras que el jefe de la misión dirigió a Pavel Belyayev y a él poco antes de despegar, recuerda.
La nave ‘Voshtok 2′ se encontraba a unos 500 kilómetros de la Tierra, sobre el Mar Caspio, cuando Leonov abrió la compuerta y salió al espacio abierto. “Al abrir la escotilla vi un cielo lleno de estrellas brillantes. La Tierra completamente redonda. Toda Europa estaba debajo de mí. Había mucho silencio, un silencio absoluto, todo estaba muy quieto. Tenía una sensación muy rara, imposible de imaginar”. El paseo espacial duró unos doce minutos hasta que, al sobrevolar Siberia, recibió la orden de regresar a la nave.
Pese a estar preparados profesional, física y psicológicamente para afrontar hasta 3.000 situaciones de emergencia, nadie previó los problemas a los que tuvo que hacer frente. Para Leonov, los aprietos empezaron cuando su escafandra se infló en el vacío hasta el punto que le era totalmente imposible acceder a la nave de cabeza, como estaba previsto. “Sólo tenía una opción, y era bajar la presión dentro de la escafandra, con el peligro de que el nitrógeno de la sangre empezara a hervir. Pero no había alternativa”. Acabó entrando en la cabina, pero con los pies por delante.
La vuelta a casa tampoco fue sencilla. El sistema de descenso automático sufrió una avería. Leonov y Belyayev tuvieron que pilotar manualmente la nave, elegir el lugar de aterrizaje y encender los motores en el momento preciso. “Al final lo conseguimos, sólo que en vez de aterrizar en Kazajstán, acabamos en Siberia, en un lugar desconocido de los montes Urales en el que nadie había estado hasta entonces. Tardaron tres días en ir a buscarnos y sacarnos de allí”.
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Fuente: Cuba Debate
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