domingo, febrero 14, 2010

Invictus o cómo Clint Eastwood ve a Mandela



Resulta muy curioso que después de tachar a Mandela de “terrorista”, algunos que decían esto antes lo presentan ahora como si tuviera un lugar garantizado en el cielo.


Pepe Gutiérrez-Álvarez


Hacía tiempo que se venía hablando de Invictus que es el título que Clint Eastwood ha tomado prestado de uno de los poemas escritos por Nelson Mandela en sus largos años de cautiverio. Estamos hablando de una producción en el que Morgan Freeman –que ya había interpretado a Dios en alguna ocasión- ha sido inspirador, productor y protagonista. Lo recordamos a ambos en Sin perdón, y también en Million Dollar Baby, dos catedrales del cine con las que este Invictus no podrá compararse. También es cierto que Freeman debutó como realizador en Bopha (USA, 1993), una de las películas más dura contra el régimen del apartheid, y más concretamente con los nativos que se avinieron a estar a su servicio aunque siguieron viviendo en los barrios de los pobres.

Se trata de una de las películas más esperadas de los últimos meses, y hasta hace días candidata, además, a triunfar en los próximos Oscar de Hollywood. Invictus. Está basada en la novela del periodista “liberal” (en Sudáfrica esta palabra fue casi sinónimo de “rojo”) John Carlin El factor humano, título por cierto tomado de una gran novela de Graham Greene que Otto Preminger llevó al cine en 1980, y que sin ser de las mejores de las suyas, describía muy bien la podredumbre del régimen del apartheid, pero sobre todo la miserable colaboración del gobierno británico. De ahí que la película levantara ampollas en Pretoria.

Ésta ya no es tan dura. Nos viene a decir que los blancos también tienen alma, aunque ésta no llega hasta el punto de renunciar aunque sea a parte de los privilegios que arrancaron a los nativos a sangre y fuego. Y es que en Sudáfrica cambió un sistema ya condenado por la historia y por los pueblos del mundo aunque el gobierno español (de Felipe González) seguía vendiéndole armas, y personajes como Reagan, Thatcher, Kohl o Manuel Fraga seguían tachando al ANC y a Mandela de “terroristas”. Fraga escribió un par de artículos en El País a principio de los 80 que estaría muy bien recuperar.

La película nos sitúa en unos años después de la caída del apartheid y de que Mandela saliera de la cárcel tras 27 años de cautiverio, y nos cuenta la historia de aquellos hechos cruciales en los que Mandela (encarnado por un Morgan Freeman casi alado), elegido presidente tras su salida de la cárcel, pidió el apoyo de la población negra aplastada durante años -y mayoritariamente seguidora del fútbol- a la selección de rugby -el deporte de los blancos en aquel país-, una selección cuyo capitán es interpretado por Matt Damon, un individuo que, por supuesto, tiene que cambiar su actitud y que sabe lo que está en juego.

Cuenta el nombre de su película la catarsis colectiva que llevó a Sudáfrica a superar el régimen de apartheid y la división racial del país a través del triunfo del equipo nacional de rugby en el Mundial de este deporte celebrado en aquel país en 1995, un momento en el que el “pueblo” se unifica bajo una sola nación, aunque, como no deja de apuntar Clint Eastwood, unos lo hacen muy arriba y otros muy abajo. Cierto, ha surgido una clase media negra que antes tenía la entrada del club vedada, pero no es menos cierto que los antagonismos sociales se han hecho más abismales si cabe. El neoliberalismo ha causado sus naturales estragos con la particularidad de que ahora gobernaba el ANC que se había metido la “Carta de la Libertad” en el bolsillo.

Este es el tema, Sudáfrica supera el “poder blanco”, pero sólo en lo político, en la vida cotidiana, ya no hay barreras basadas en la piel. Siguen las de las clases… Invictus nos habla de cómo ambos hombres trabajaron codo a codo para acabar con los prejuicios raciales dentro del equipo y dar así un ejemplo a todo el país. El objetivo de ambos fue que Sudáfrica fuera elegida como país anfitrión de la Copa Mundial de Rugby en 1995, durante su primer mandato como presidente, tras años de ser excluidos de las competiciones internacionales debido al apartheid. Como “liberal”, Carlin ha manifestado estar muy contento con la película. Confirma lo que ellos ya decían de siempre, había que hacer un cambio político radical, pero sin entrar en el ámbito sagrado de la propiedad.

Se podría discutir sobre los valores cinematográficos de la película, a Eastwood le sobra talento, los actores son magníficos, la película “entra”, incluso se podría caber otra lectura, la que se insinúa cuando Matt Damon descubre una Sudáfrica que antes desconocía…

Recordemos que Nelson Mandela ya se había paseado tras veces por la pantalla(*)…

Cuando estaba en la cárcel se hizo una película valiente sobre él, Mandela (Gran Bretaña-USA, 1987), una serie de la BBC producida por Richard Bamber en 1987, y obtuvo una gran éxito internacional. Entre nosotros, fue emitida por la TV1 en horas puntas a finales de la década, y conoció una distribución en los vídeo-clubes donde era reconocida como «de multinacional» o sea entre las más potenciadas. Escrita por Ronald Harwood basándose en la recopilación de los escritos de Mandela, se da cuenta de importantes trazos autobiográficos, contados de manera enérgica con ocasión de juicios como el «de Traición» y el de Rivonia, en el que salvó la vida para convertirse en el prisionero político más famoso del mundo.

Dada la hostilidad del régimen racista, la serie se rodó en Zimbabue en 1987 con una fuerte protección armada por parte del ejército de Robert Mugabe, un africano marxista que había accedido al poder después de ser considerado, justamente como Mandela, un peligroso terrorista.

La dirigió Philip Saville, responsable de algunos telefilmes con un sello claramente comprometido. En su momento, Mandela fue un éxito notable en los EE.UU. Estrenada en plena restauración conservadora, fue objeto de una campaña en contra de la prensa neoconservadora que consideraba a Mandela como un terrorista, no en vano la CIA colaboraba estrechamente con el régimen racista y Reagan lo justificaba) especialmente entre la comunidad afronorteamericana, fuertemente comprometida en movilizaciones contra el apartheid y presente a través de sus principales actores protagonistas que ponen todo su oficio y un alto poder de convicción.

En dos largos capítulos, la serie cuenta la trayectoria de Nelson Mandela (Danny Glover) desde que instaló el primer despacho de abogados negros junto con Oliver Tambo, su compañero inseparable que le sustituyó en la secretaria general del ANC o CNA.

En uno de los anuncios de Mandela se proclamaba: "Ponga un líder carismático en prisión y el movimiento puede convertirse en una cruzada". Una frase extraída de la serie, que también acaba con otra muy oportuna de Sören Kierkegaad que dice que mientras el tirano acaba su reinado con la muerte, el mártir lo inicia entonces.

Los 147 minutos del telefilme son fieles al texto propagandístico en el que se puede leer que Mandela «está actualmente en una celda de la tercera planta del ala de máxima seguridad de la prisión de Pallsmoor, diez millas al sur de Ciudad del Cabo. Su espíritu se cierne dramáticamente sobre el conflicto racial que en 1986, costó más de mil vidas y que, en el actual, lleva camino de duplicarse por lo menos. Para la mayoría del mundo exterior, la mujer de Mandela, Winnie (Alfre Woodard), de 52 años, se ha convertido en su sustituta y un símbolo de la lucha contra el movimiento antiapartheid, y todo su desarrollo, matizado con tintes sangrientos, hasta nuestros días».

En otro anuncio del telefilme se insistía en los siguientes términos:

«Desde su juventud, este hombre de color ha dedicado toda su vida a la defensa de los derechos humanos, tratando de conseguir la igualdad para los negros en su país, gobernado por la minoría blanca. En principio, Mandela intentó conseguirlo en base a poner de manifiesto el abuso del poder, no utilizando la violencia al pedir sus reivindicaciones en manifestaciones pacíficas, pero no logró su objetivo, aunque sí consiguiera concienciar la opinión pública mundial (...)»

«Mandela, poco a poco, se convirtió en todo un símbolo para su pueblo, lo que le supuso convertirse en un peligro a los ojos del gobierno, siendo condenado en 1963 a cadena perpetua, junto con sus más alegados colaboradores(...) Ha recibido diversas ofertas de su gobierno para concederle la libertad, pero este hombre siempre ha realizado la misma declaración: «Mientras mi pueblo siga como está, yo no puedo abandonar la causa por la que murieron muchas personas»...

Por lo tanto, no hay duda que se trata de un trabajo propagandístico, un «biopic» posiblemente en el sentido más noble, pero también más conformista del término.

El filme también se subraya su relación con Winnie que sabe que vivir con él será vivir sin él, y que sufre un impecable cerco policial, amén de un encierro infernal. Menor papel tienen los otros dirigentes del CNA, exceptuando quizás a Walter Sisulu, presente en casi todas sus actividades y compañero de noviazgo y de prisión.

Igualmente se ha cuidado la «corrección política» de sus discursos, dejando bien claro que ni Mandela ni el CNA son «comunistas», y que esta cuestión se deriva ante todo de la voluntad del gobierno racista de homologar -a la manera de Franco- toda oposición con el comunismo, algo que aún siendo cierto, no quita, primero, que el PC tuviera una gran importancia en el interior del CNA, y segundo, que tanto en la Carta de la Libertad (una verdadera propuesta constitucional que proclamaba Sudáfrica como una nación de todos, y abogaba por todas las libertades y por un nuevo reparto de las riquezas) como en los discursos de Mandela persistan unas fuertes concepciones antiimperialistas y socialistas.

Se le hace un retrato en siguiendo el modelo liberal de izquierdas, de manera que en la reconstrucción de sus famosas elocuciones durante el juicio de Rivonia, se subrayan las partes en la que Mandela enfatiza su admiración por el estado de derecho, y más concretamente por la Constitución norteamericana, dejando a un lado sus referencias socialistas e igualitarias.

Por supuesto, también se evitan otros aspectos polémicos como la adopción de la lucha armada, presentada desde el ángulo más oficialista, escamoteando sus conflictos con la izquierda panafricanista o la discusión sobre hasta donde llegaría el alcance disuasorio, y se ofrece el respaldo del patriarcal Albert Luthuli, presente en la primera quema del «pase» (una especie de «pasaporte» que convertía a los nativos en extranjeros en su propia tierra). Se trata pues de una biografía en la que, de un lado está el poder opresor representado por una política que, desde las primeras imágenes, se presentan como de terror para la mayoría africana. No hay titubeo al mostrar un gobierno brutal, una Policía cruel e ignorante, aunque se busca dejar clara la presencia de blancos, indios y mestizos en las actividades opositoras.

Y del otro, se presenta la resistencia negra personificada casi integralmente por Mandela. Sin dejar de ser esto lícito, y básicamente cierto, no lo es menos que la historia del CNA también tiene sus problemas, y está atravesada por numerosos debates y conflictos que no siempre se solucionaron con claridad, por ejemplo, en el caso de la lucha armada, suscitada a continuación de la célebre matanza de Shaperville. En este momento, Mandela es influenciado también por experiencias como la de la revolución argelina que coexiste con la gandhiana originaria.

Ni qué decir tiene que no se hace ningún apunte crítico hacia la persona Winnie Mandela a la que se había descrito como «la madre del pueblo negro de Sudáfrica...la encarnación del espíritu negro», entre otras cosas porque su parte turbia afloró justamente cuando Mandela fue liberado de sus cadenas como consecuencia de una crisis social sin precedentes en Sudáfrica, y una campaña de solidaridad internacional igualmente sin precedente, que culminó en el célebre concierto de Londres, que batió récords de público.

Más reciente fue Mandela y  De Klerk (Mandela and De Klerk, USA, 1997), una miniserie de TV, dirigida por el eficiente Joseph Sargent, autor de algunas películas estimables, y muy reconocido en el medio televisivo donde ha ganado diversos premios, siendo especialmente reconocidos sus alegatos antinazis, y protagonizada por Sidney Poitier y Michael Caine, que ya habían trabajado juntos en La conspiración de Wilby, casi 25 años atrás. Ambas películas marcan un cierto arco en la apreciación de la situación africana.

En la primera, Michael Caine es un británico que se envuelto en un conflicto con la Policía obligado por una contingencia derivada de la actitud comprometida de su novia, una abogada liberal que defiende a un activista negro, Shack Twala (Sidney Poitier) que ya había estado prisionero en Robbe Island, y que resulta deliberadamente libre de los cargos que pesan contra él como parte de una maniobra policíaca animada por un policía tan inteligente como repulsivo (Nicol Willianson, el atribulado agente de "el factor humano"), y cuya finalidad es "cazar" a Wilby, un anciano a lo Luthuli que es presentado como el "cerebro" de la resistencia.

Aunque se muestra molesto por verse liado en una persecución política, y no desaprovecha la ocasión para mostrar su escasa simpatía por el idealismo de su compañero impuesto, al final, sera él mismo el que dispare a bocajarro contra el policía, haciéndole un agujero en la frente, un gesto que le permite a Twala, afirmar que, finalmente ha comprendido.

Se trata de una resolución radical, y claramente favorable a la violencia contra los verdugos del apartheid, una orientación casi opuesta a la de este biopic conjunto en el que, si bien se exalta el sacrificio de Mandela (Sidney Poitier que si bien puede representar al Mandela actual, liberado, difícilmente lo podemos reconocer como el animado joven del proceso de Rivonia). En la primera parte se reconstruye las actividades del líder africano, mientras que en la segunda se abarca todo el proceso que va desde la caída del "halcón" Botha al periplo de la "paloma” De Klerk sobre el que se enfatiza sobre todo su labor por dar el giro de 180 grados, todo para dar salida, para reformar (“se reforma lo que se quiere mantener”, nos dijo Arias Navarro) un sistema acorralado.

De Klerk cree necesario cambiar para salvaguardar unos intereses que, de otra manera, no habría tenido garantizado. Se trata por lo tanto de una miniserie "oportuna", producida al calor del Premio Nobel compartido. Se nota que la oportunidad tuvo más peso que los demás detalles, y Mandela y De Klerk más bien parece un docudrama, eso sí con actores famosos y con una puesta en escena más cuidada de lo habitual, que propone un mensaje conciliador que da la impresión que olvidarse de hacer notar que se trataba de una fase histórica, que, de ninguna manera, podía considerarse como un "happy end" sin más. Suele ser emitida periódicamente por Tele 5….

Como personaje, Mandela tiene una intervención especial en la ambiciosa Malcom X, de Spike Lee, y en la que aparece con toda su autoridad moral dando una clase a los niños sobre las sinrazones del racismo. Se trata de un momento "documental" inserto bastante torpemente en una acción que no encuentra su punto de cierre, pero cuyo valor testimonial resulta indudable, sobre todo considerando el perfil "extremista" de Malcom X…

Mandela, Malcom X, aquí habría mucha tela que cortar.

(*) Con algunas variaciones, este texto forma parte de mi libro Grita libertad: el cine contra el apartheid, que los lectores y lectoras interesados lo pueden encontrar en la editorial virtual Els Arbres de Fahrenheit

Fuente: Kaos en la Red

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